domingo, 19 de agosto de 2012

Más verano(s)

 


"Han pasado años y hay cientos de kilómetros en medio. Ha sido una larga y solitaria cabalgada. Pero si recibo una llamada en mitad de la noche, estaré en seguida a su lado..."





"SOÑAR *********" (Nombre de un pueblo del sur)

A los que estuvimos en Londres.
Y a mi prima Elena, que tiene la culpa de todo.

En el recuerdo, los tiempos felices no mantienen la luminosidad que tuvieron los hechos. Desde el presente, el pasado muestra una plenitud esquiva, una intensidad que no logramos recuperar. Sólo a veces, en parte, gracias a una canción o a un olor (los mejores remedios para el alzheimer sentimental), conseguimos volver a encender por unos instantes esa luz, y revivir ciertas sensaciones perdidas. Pero siempre sin esa fuerza, que quizá no fuese más que la felicidad de entonces, aunque en aquel momento, claro, no lo sabíamos.

Joaquín Sabina dijo en una ocasión que los madrileños de nacimiento no habían disfrutado la capital tanto como los madrileños de adopción, pues no habían “soñado Madrid”. Sin duda, con el veraneo infantil y adolescente sucede algo parecido. Sea en playa o pueblo de interior, los que acuden desde otro lugar lo viven de una manera mucho más especial que los de allí. Y así fue para mí.

Por que el pueblo era el país, el mundo, el universo donde existía la libertad, donde los amigos eran para siempre, donde podías ser tú mismo realmente. De ahí aquel cosquilleo en el estómago antes de llegar y aquella ansiedad por ir encontrando a la gente, los abrazos sinceros y esa sensación de que nos habíamos visto tres días antes. La necesidad de estar todos, aquella fraternidad; los veranos interminables y la página pasada al final. Aquella magia. Por que esa es la palabra: magia. Y esas eran las claves: la magia, la libertad, los amigos.

Fueron los años en los que el tiempo aún caminaba a nuestro lado sin que nos diéramos cuenta. Cuando teníamos energía para todo, sin apenas dormir, por que había un mundo por conquistar, y nosotros podíamos lograr todo lo que nos propusiéramos. Sólo era cuestión de guiñarnos un ojo.

Cada generación de emigrantes vivió ese periodo a su manera. Para la mía fue la época de las “dianas” junto al río, los descansos en el parque del cuartel, las caminatas hasta la piscina, los bailes encima de un escenario o debajo de una manguera, la cinta de cassette que grabamos (que aún conservo, y amenazo con colgarla en la web del pueblo) y, cómo no, de nuestro Troncomóvil particular y el “Aston Birra” y nuestras concentraciones prepartido. Por cierto, aprovecho para reivindicar el partido homenaje que nos debe el pueblo por nuestra labor en pro del fútbol espectáculo (por los goles que nos metían). Y por supuesto, del “show” de las Spice Girls, la noche que saciamos nuestra juvenil necesidad de ridículo y en la que simbólicamente pusimos guinda y fin a la adolescencia; aquel día nos hicimos hombres... o mujeres, según se mire.

Y hoy, aun con las pandillas disgregadas y con menos días para venir por el aumento de obligaciones, por suerte en ocasiones sigue ocurriendo. De vez en cuando nos juntamos unos cuantos, los astros se alinean, y salta un chispazo; por un instante vuelve la luz, reaparece parte de aquella magia. Supongo que por eso seguimos acudiendo puntuales con ilusión y melancolía en busca de cenizas de nuestra propia pubertad. Por que todavía, a veces, sucede.

Cualquier tiempo pasado fue mejor simplemente por que entonces tuvimos menos años. Y es que la historia no está en los libros, ni en las ruinas, como algunos creímos mientras la arena del reloj se escapaba entre los dedos. La historia está viva, está aquí, y se repite: le juventud ríe. Eso nunca cambia.

Escrito y publicado en el verano de 2006.

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