domingo, 26 de agosto de 2012

Whole lot of... lonely





 "La vida es algo horrible, pero cuando entra en las canciones se convierte en algo bello".






Esta es la historia de una canción.

Y ni siquiera es una canción buena, a pesar de su melodía pegadiza y sus acertadas frases en el estribillo (no, no es These Days –These Days sí es una gran canción-); pero aquí la calidad no importa. Sí que importa su título, del que tardé casi tres años en conocer (que no comprender) el significado. Ocurrió hace dos cursos, cuando solía entrar a la soporífera asignatura de Historia Contemporánea en el Auditorio 2 de la Facultad de Filosofía y Letras de Granada cruzándome con las alumnas de segundo de Filología Inglesa que lo abandonaban.

Yo era el primero de mi clase en llegar y el único que lo hacía antes de que su  lección terminase (porque no tenía ninguna materia en la hora anterior), así que estaba solo esperando en la puerta. Tengo que hacer un inciso para comentar que últimamente, poniendo cosas de mi pasado en orden y viendo mi vida de manera disociada, como una película, me he dado cuenta de que siempre he estado solo por diversos motivos: desde el hecho de ser hijo único hasta lo poco que siento que me suele aportar la gente (incluso a menudo me siento más solo estando en compañía). Y lo más curioso es que casi nunca me he sentido así. Supongo que esa indolencia es algo que debería preocuparme...

Pero volviendo a las de Filología Inglesa, creo que nunca he visto una clase con tantas chicas guapas (además, eran solamente chicas –cuarenta o cincuenta-). Obviamente, a su salida había cruce de miradas y cuchicheo, aunque la cotidianeidad nunca se materializó siquiera en un tímido saludo. Sí que ocurrió con la profesora, que, ordenadísima como corresponde a toda “guiri”, no solamente terminaba la lección cinco minutos antes, sino que aprovechaba ese tiempo para quedarse en la mesa tomando notas, mientras yo entraba en el auditorio.

Tras saludarnos educadamente varios días seguidos (ya que, como digo, estábamos a solas unos minutos) me aventuré a preguntarle qué significaba “Whole lot of Leavin’”, pues intuía que se trataba de un juego de palabras. Ella, amablemente, accedió a responderme y junto al título que yo escribí en la pizarra, añadió “Whole lot of Lovin’”, y me explicó que suponía que tendría su origen en una vieja canción de este último nombre (de “Lleno de Amor” a “Lleno de Abandonos”).

Entonces descubrí que durante dos años, sin quererlo, había sido reduccionista con el tema. Primero este había supuesto la banda sonora perfecta de un intenso amor de verano, y luego se convirtió en la de todas las rupturas (“I close my eyes & picture your hands on mine, I still hear your voice that takes me back to that time...”). En youtube una traducción sí se acercaba algo más, al ser poco literal y subtitularla “todo el mundo se está yendo”... Sin embargo, en ese momento entendí que tenía un sentido mucho más amplio, más allá de las relaciones de pareja, que se me escapaba.

Ha sido ahora (año 2012) cuando lo he comprendido. Como digo, estos meses intento colocar las piezas de mi vida en orden tras buscarme a mí mismo durante más de diez años, y recuerdo que cuando era adolescente me sentía la versión española de ese chico solitario que en las películas va en monopatín con una camiseta de manga corta sobre otra de manga larga. Veía la vida como algo ajeno, y ello solo me disgustaba relativamente, pues me prometía, por ejemplo, que nunca haría lo que hacían los demás; me prometía, en resumen, que nunca sería como los demás. Y me enamoraba de chicas que veía inalcanzables, de las que ni siquiera sabía su nombre.

Y me doy cuenta de que pocas cosas ha cambiado: me enorgullezco de que me califiquen de “raro”; continúo siendo un experto en acciones a destiempo y retiradas a tiempo; me sigo sintiendo más solo con mucha gente que con la persona indicada; y, salvo en contados amaneceres en compañía, tengo la desesperante costumbre de querer estar en un sitio distinto a aquel en el que me encuentro ("I wish that I could be in another time & place, with someone else’s soul, with someone else’s face”).

Pero, sobre todo, y en lo que a la canción se refiere, veo cómo los demás (chicas, amigos, etc.) siguen su camino, dejándome, ahora sí, no con sensación de soledad, pero sí de un cierto abandono; como un corredor que no arrancase ante el disparo del juez porque se quedase meditando y tomando notas antes de avanzar, presa del perfeccionismo. Busco ese algo más, esa autenticidad, y el resultado es contrario al esperado. ¿Será que ellos no han dudado ni pulido tanto y esa mediocridad es precisamente la clave de la felicidad? Es probable. Y empiezo a admitirme que quizá yo sea demasiado complicado como para alcanzarla nunca.

Porque, efectivamente, aun habiéndolo intentado en algunos aspectos, doce años de maduración apenas han cambiado mi esencia. Y no sé si eso debería preocuparme o consularme, pero sí que creo que en cierto modo es normal.

¿Acaso no somos aquello de lo que huimos?


Madrugada del 13 al 14 de agosto de 2012, después de un concierto
(“There’s something in the air, there’s magic in the night...”).

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